Hi ha un punt de sorpresa, i rastres al llit. Un deix de tendresa, oblits. Una mica de mandra, un avió a la finestra, campanes, pluja, camins. Dubtes, cicatrius, indecisions, destins. Expectatives d'alt risc. Mapes del tresor. Perill de desencís. Una agenda de forats negres, un triple salt al buit. O el dia a escala del rellotge de la tauleta de nit.
La vida es ávida y
plasmada en nuestra carne cruda
La vida es ávida
y plasmada en nuestra carne cruda. La frase me despierta temprano. No se
desengancha de las paredes internas de mi cabeza. Al contrario, se escurre
lenta como el caldo denso de las verdades que aparentan ser obvias, pero en el
fondo esconden, sonrientes, con cuántos dientes mienten.
Despierto al lado
de la mujer. Sueño sereno, aunque más pesado que el mío. Busco en el silencio
de los labios un texto que conozco, leo y releo, pero que se transmuta a cada
página. Nuevos enredos, ritmos, melodías. Las sábanas confusas me enredan de
nuevo –no hago fuerza, porque sería absolutamente inútil. Indefenso, permanezco
a su lado y memorizo por milésima vez sus trazos, reato en cada peca el lazo
que, al apretarlo, conforta con la seda de su presencia la aspereza de mi vida.
Como aún no he
colocado cortinas nuevas, el sol en seguida se atreve sobre nosotros. Me
encantan las lámparas de mesita de noche, pero no me gustan las cortinas. Esta
tal vez sea una de mis manías, sobran lamparitas y faltan cortinas. Ella se
mueve y murmura del fondo de lo insondable algo sobre Ecuador. Recuerdo que una
vez le escribí en una nota: «¿Vamos a Ecuador? Allí, al mediodía, no hay sombra
de dudas». Perdido en pensamientos perezosos, me adormezco quince minutos más.
Despierto otra
vez y la mujer sigue a mi lado. Las sábanas indóciles me enredan
definitivamente –no hagas fuerza, me repito, porque no sirve de nada. Me giro,
indefenso,´til﷽﷽﷽﷽﷽﷽nredan
definitivamente –no hago fuerza, me repito, porque es absolutamente inor.
Recuerdo que una vez le escribsonrien al lado de la señora y memorizo
por milésima vez sus trazos, reato en cada peca el lazo que, al apretarlo,
conforta con la seda de su presencia mi piel áspera y vivida, aunque la
aspereza sea huidiza y la experiencia, muchas veces, un coche que cruza una
calle nocturna con los faros al revés, como dijo el gigante Pedro Nava.* Como
la vida plasmada en nuestra carne cruda.
Termina el día.
Llego a casa. Afligidos, mis pies se deslizan fuera de los zapatos que los han
envuelto el día entero. Diez dedos me sonríen aliviados. Hoy ella no está.
Enciendo lo que está apagado –muchas lamparitas mientras me preparo para
dormir– interludio singular entre estar despierto, cerca, cierto y en el otro
lado del día soñoliento, distante, vago. Empiezo a soñar con un campo de
girasoles y con el Mediterráneo del cuello de la señora ausente, donde navego
por Sardeñas, Córsegas, Sicilias.
La vela del barco
se sopla antes de que la noche se desvanezca. Antes, bien antes de que todo se
vaya o venga. Como el fuego alimentado por trescientos troncos. Como el agua
que cae del alambique imaginario. Como un escorpión, nadando sereno en el
umbral de un acuario.
Caê
Guimarães, De quando minha rua tinha borboletas
(Crônicas, Vitória, ES, 2010)
Traducción al español de la autora de este blog.